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Virgilio Costa, Filocoro di Atene. Volume I. Testimonianze e Frammenti dell’Atthis (I Frammenti degli Storici Greci, 3), II edizione, corretta e ampliata, Roma, 2007, XIV+526 pp. ISBN : 978-88-88617-01-5

Por J.M. Candau (Universidad de Sevilla)

En el segundo párrafo de la “Premessa” C(osta) menciona la “magistrale edizioni degli attidografi” que realizó Jacoby en la tercera parte de sus Fragmente der griechischen Historiker; la importante bibliografía consagrada a múltiples aspectos de la obra de Filócoro y los progresos metodológicos de los estudios dedicados a la historiografía fragmentaria justifican, en opinión de C, su propia edición, para la cual, como para cualquier trabajo sobre la historiografía local ática, la obra de Jacoby sigue siendo una referencia imprescindible.
       Hace bien el nuevo editor en tomar este punto de partida. Si los FGrHist producen siempre asombro y admiración, en su tercera parte la sensación de estar ante una proeza intelectual de dimensiones extraordinarias sube varios grados. La segunda parte de Die Fragmente... (Zweiter Teil: Zeitgeschichte, 4 vols.) apareció entre 1926 y 1930. La tercera sufrió un proceso de publicación más laborioso. Jacoby había servido en el ejército alemán durante la Gran Guerra. Pero ni ello ni su orientación políticamente conservadora bastaron para blindarlo frente a los ataques que provocó su ascendencia judía por parte del Nacional Socialismo. En 1934 recibió una “invitación” a solicitar la jubilación, solicitud que debió efectuar en 1935, año en que también se le prohíbe acceder a las bibliotecas. En mayo de 1938 la casa Weidmann, editora de las partes primera y segunda de Die Fragmente... le comunica que no puede continuar la publicación de su obra a no ser que consiga el permiso de excepción (Ausnahmebewilligung) otorgado por el comité del partido para la protección de la literatura nazi (Parteiamtliche Prüfungskommission zum Schutze des NS-Schrifttums). La noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 (la Krystallnacht), un grupo nazi entra en la casa de Jacoby, lleva a cabo distintos destrozos y tira los libros de las estanterías. El mismo año pierde la condición de miembro correspondiente de la Academia de Berlín y de la Gesellschaft der Wissenschaften de Gotinga. Jacoby decide, por fin, dejar Alemania. El 3 de diciembre de 1938 una carta del decano del Christ Church College de Oxford le invita a continuar su trabajo en la universidad oxoniense; la invitación fue debida a los buenos oficios de otro judío acogido en Oxford, E. Fraenkel, amigo de Jacoby, que había sido expulsado de su puesto en la Universidad de Friburgo. Tras negociar su salida con las autoridades nazis (quienes le advirtieron que, como profesor emérito alemán, no tenía permiso para desempeñar tareas docentes), Jacoby se establece en Oxford el 29 de abril de 1939 .
       El comentario a la tercera parte, realizado entre 1940 y 1945, está escrito en inglés. Circunstancia esta última que comenta el autor, en el último párrafo del prólogo, con las siguientes palabras: “A last and somewhat sore point (which, nevertheless, may perhaps incidentally serve as «first aid to critics»): the English idiom is not at all what I should like it to be. I might excuse myself simply by quoting the dictum of a wise writer that «no man fully capable of his own language ever masters another», did I not feel this facile (and perhaps even vain) excuse as an injustice to the cherished memory of the late Miss Margaret Alford, M.A. (Oxon.). She went with the utmost care through the whole manuscript as it was then. Therefore let me put the sorry fact thus: the blame for whatever offends an English ear may be put at my door.”
       La lengua no es el único rasgo distintivo del comentario a la tercera parte. También lo es la amplitud. En el caso de Filócoro, las sesenta y cuatro páginas que cubre el texto griego van acompañadas por un comentario que se extiende a lo largo de 375 páginas (cuerpo principal, incluido en el volumen I) más otras 316 (notas al comentario, en el volumen II). Tanta extensión puede deberse, como asegura el mismo Jacoby, a motivos estrictamente disciplinares . También cabe ver en ella una respuesta a la situación vital por la que pasaba el autor: a los intentos por expulsarlo de la comunidad académica Jacoby habría respondido reforzando su voz, que por esta razón adquiere una amplitud fuera de lo común. No sabemos con exactitud si la explicación verdadera es la disciplinar que aduce Jacoby, la existencial que aquí se ha apuntado o si ambos motivos se combinaron, y esta es quizás la hipótesis más verosímil, para dar lugar a ese tesoro historiográfico y filológico que es el comentario a la tercera parte de los FGrHist. Hay un dato que cabe interpretar como seca y —aparentemente— fría apostilla al exilio vivido por el gran filólogo alemán durante la redacción de esta parte de su obra. Los fragmentos 52 de Androción (= Harpocración, s.v. διαψήφισις) y 119 de Filócoro (= Schol. vetera in Aristophanis Vespas 718a Koster) tratan el tema de la διαψήφισις ο διαψηφισμός, esto es, el escrutinio practicado en los registros de los demos a fin de purgar las listas de ciudadanos de inscripciones ilegítimas. Puesto que dicho escrutinio se interesaba por la ascendencia de los inscritos, la noticia que transmiten ambos fragmentos roza el tema de la legislación racial. En dos pasajes de su comentario Jacoby menciona de manera explícita y fugaz las leyes raciales alemanas: “Even the German legislation of 1933 A. D., in defining its fundamental concept, went back no further than the grand parents (on both sides), or, where special purity of race war required, to a certain year (1800 A. D. I think it was)” (p. 474, líneas 23-25); “Against Thukydides, who merely (to speak in the terms of German racial legislation) had a «half-Aryan wife» or «one Jewish grand-mother»...” (p. 479, líneas 11-13). Ambas menciones constituyen el único (y mínimo) temblor que registra la escritura de Jacoby. No se producen ni alusiones a la situación personal del autor ni juicios políticos, morales o de otro tipo. Eso sí, el comentario es extraordinariamente voluminoso: a un texto griego de 6 (F 52 de Androción) + 15 (F 119 de Filócoro) líneas corresponden 26 páginas de comentario (cuerpo principal) más otras 20 (en el volumen de notas). Debe insistirse en que aquí, como en el resto del comentario, esta amplitud en ningún momento equivale a hinchazón, irrelevancia o vaciedad. De las extensas observaciones de Jacoby resulta admirable el despliegue de erudición, pero también —y sobre todo— la sagacidad intelectual y la perspicacia con que, a través de un sinnúmero de textos, se persigue la idea principal y se acaba por completar un sólido cuadro explicativo.
       Enfrentarse a semejante precedente no es tarea fácil. C, sin embargo, consigue salir airoso. Para ello pone en juego, como primer ingrediente, un diseño presidido por el buen sentido, el orden y la pulcritud. La obra, que se presenta como el primer tomo de una edición completa de Filócoro, abarca sólo los testimonios y los 71 primeros fragmentos, es decir, aquellos que contienen una referencia a la Átide con mención específica del libro del que procede la referencia en cuestión. La introducción ocupa 35 páginas; las 15 últimas ofrecen una “ipotesi di riconstruzione del piano del’Atthis di Filocoro”, con indicación del lugar que, cierta o probablemente, cabe asignar a cada fragmento. Los fragmentos están acompañados por traducción italiana, dos aparatos críticos (de loci similes y textual) y amplio comentario. Sigue una bibliografía dividida en tres partes: Corpora, ediciones de léxicos y estudios modernos; en estos últimos se señala el fragmento de cuyo contenido se ocupa el estudio reseñado. Las “tavole”, que vienen a continuación, están compuestas por tres mapas y un cuadro de las obras de Filócoro con indicación de los fragmentos en donde la obra en cuestión se menciona y del número de veces que la misma es citada. La concordancia con las ediciones de Jacoby y Müller ocupa las páginas sucesivas. Cierran la obra dos índices, uno de fuentes (literarias, epigráficas, procedentes de papiros y de manuscritos) y otro de nombres.  El diseño, como puede verse, es cuidadoso, está bien pensado y se acomoda a las necesidades que actualmente debe satisfacer el estudioso de la historiografía fragmentaria. Se trata, en suma, de un diseño que subraya el excelente nivel de la colección I frammenti degli storici greci que dirige el profesor Lanzillotta.
       Con referencia a los textos editados, C declara en la “Premessa” que mantiene, con mínimas e inevitables variaciones, la numeración de Jacoby; que sus citas son, en general, más amplias que las de Jacoby en tanto que recogen secciones más amplias del texto transmisor; y que suprime las marcas tipográficas —fundamentalmente el espaciamiento entre caracteres— utilizadas por Jacoby para distinguir las partes de texto atribuibles al autor transmitido (editadas con tipografía que espacia los caracteres) de aquellas otras que, supuestamente, proceden de la fuente transmisora (en tipografía normal).
       La supresión del espaciamiento constituye, desde nuestro punto de vista, un acierto. La edición de Jacoby —al fin y al cabo gesta humana— incurre también en insuficiencias. Y si se pretende tomarla como base de cualquier trabajo sobre historiografía fragmentaria, es necesario no sólo saludar sus virtudes, sino además señalar —para corregir— sus defectos. Una mina de defectos es la abundante intervención del editor, esto es, del propio Jacoby, en los textos. Así lo evidencia el uso excesivo y, si se permite la expresión, abusivo del espaciamiento. En los FGrHist se percibe claramente una voluntad de reconstruir la obra del autor cuyos fragmentos se editan. Esa voluntad puede ser legítima o no. No lo es cuando desemboca en la manipulación de los textos a fin de reflejar en ellos las hipótesis del editor. Así ocurre con el espaciamiento, cuyo reiterado empleo produce en el lector la sensación de estar ante un retocado artificioso. Como si en lugar de estar el editor al servicio del texto, fuese el editor el que gobernase, utilizando el texto para expresar sus propuestas. Al suprimir el espaciamiento C muestra una actitud más distanciada o, si se quiere, de mayor respeto hacia la fuente transmisora. Con ello rectifica lo que hay de manipulador en los afanes reconstructores de Jacoby.
       La mayor amplitud al editar la fuente transmisora supone otra rectificación en el mismo sentido. Dados los hábitos de cita de los autores antiguos, en muchas ocasiones resulta problemático determinar cuándo el transmisor está recogiendo contenidos de su fuente y cuándo interpone o añade contenidos ajenos a la misma. En otras palabras, no es fácil decidir dónde empieza, dónde termina y cuál debe ser el texto que se ofrece como fragmento. Si una prudencia excesiva conduciría a editar textos desmesuradamente extensos, lo contrario implica que se conocen con precisión los límites y el tenor de la cita. Conocimiento que distamos mucho de poseer. Hace ya algunos años, G. Schepens, examinando la compleja cuestión de hasta qué punto el contenido de un fragmento puede verse condicionado por su contexto, indicó cómo el transmisor realiza una doble operación: al tiempo que protege y preserva un texto, también lo oculta . Jacoby, en cambio, procede como si supiese cuáles son los límites y el contorno de la cita. De aquí la frecuente brusquedad de sus cortes, unos cortes que afectan no sólo al comienzo y final del fragmento, sino también a su interior. Es usual hallar en los FGrHist pasajes donde abundan los paréntesis con puntos suspensivos, indicadores de que el texto ha sido seccionado. Cabe achacar esta manera de proceder a un exceso de confianza, el mismo que conduce a señalar mediante espaciamiento tipográfico cuáles son las palabras concretas que proceden de la fuente original. En todo caso, la brusquedad de los cortes destruye la unidad del pasaje editado y despierta en el lector la sensación de estar ante un texto mutilado, con unas mutilaciones fruto del exceso de injerencia por parte del editor. C procede de manera algo distinta. Ciertamente, entre sus textos y los de Jacoby no existen diferencias sustanciales. Sin embargo, y como indica el mismo C en la introducción, el criterio a la hora de reproducir la cita es más generoso. En un buen número de casos, C ofrece fragmentos más amplios, sin las amputaciones practicadas por Jacoby. Amplitud que delata una toma de conciencia del problema y una actitud más respetuosa tanto hacia la fuente transmisora (la unidad de cuya cita no se destruye) como hacia el lector (a quien se permite enjuiciar el pasaje citado con más elementos, es decir, con un grado mayor de libertad).
       Si la mayor extensión de las citas delata cierta autonomía respecto a Jacoby, lo mismo sugiere la inclusión de nuevos fragmentos. C ofrece tres, procedentes de Natalis Comes (F 12B), del papiro Osl. inv. no. 1662,editado en 1957 por S. Eitrem y L. Amundsen (F 34 C), y de las llamadas Λέξεις κατὰ στοιχεῖoν incluidas por Bekker en sus Anecdota graeca (F 35 C). Por lo demás, si se compara la numeración de los fragmentos de Jacoby con la de C, se constatará que, con la inevitable excepción de los nuevos textos, entre ambas existe un paralelismo total. Lo cual representa, en principio, el proceder correcto. Los FGrHist continúan siendo una referencia imprescindible para cualquier estudio sobre los historia­dores comprendidos en ellos o incluso para cualquier mención a las noticias que dichos historiadores preservan; de suerte que la coincidencia en la numeración no supone más que ventajas. Ahora bien, en ocasiones los FGrHist presentan los textos de una manera que cabría calificar de arbitraria. Así ocurre con especial frecuencia en los testimonios, donde Jacoby incurre reiteradamente en el hábito de editar como testimonio parte —a veces parte mínima— de un pasaje que luego reedita completo como fragmento. Nos movemos aquí en un terreno movedizo, pues la distinción entre ambos tipos de textos, incluso la posibilidad de editar los testimonios como sección independiente es una cuestión problemática. Determinar cuándo una cita sólo informa sobre puntos externos al contenido de la obra, y por tanto entra en la categoría de testimonio, y cuándo reproduce dichos contenidos, y en consecuencia debe considerarse fragmento, suele implicar una decisión subjetiva —si se quiere, una injerencia— del editor. Es este uno de los motivos por las que algunas ediciones no incluyen los testimonios como sección independiente. Tal exclusión, sin em­bargo, arrastra también inconvenientes de peso. En el caso de Filócoro supondría, por ejemplo, desechar de entrada la noticia que bajo su nombre ofrece el léxico Suda , una noticia que suministra información no ya rica, sino imprescindible para juzgar la figura del atidógrafo.
       Enfrentado a la mencionada alternativa Jacoby elige la solución que supone injerencia en el texto. Así su testimonio 3 de Filócoro consiste en dos líneas cortadas por puntos suspensivos de un pasaje bastante más amplio (doce líneas) que posteriormente presenta como fragmento número 67. El problema es que con ello se liquida la unidad de la noticia y se adopta una práctica editorial que concede un papel excesivo a las interpretaciones del editor. C se alinea con Jacoby y ofrece como testimonio 3  una parte del fragmento 67. Ciertamente su presentación suaviza la brusquedad de Jacoby al suprimir los cortes que mutilan el interior del pasaje. Y ciertamente se trata de una cuestión compleja, cuyas soluciones presentan todas inconvenientes. Pero editar dos veces el mismo texto no constituye en principio el proceder idóneo.
       Desde el punto de vista textual el Filócoro de C supone un adelanto. Así lo reflejan no sólo la inclusión de nuevos fragmentos, sino también la actualización de los demás y la adopción de un criterio editorial más cuidadoso en lo referente a la integridad de las citas. En general predomina una actitud conservadora respecto a los FGrHist, aunque ello no significa renuncia a ideas independientes o a recursos propios. La misma mezcla de continuidad y mejora, el mismo conservadurismo inteligente se impone en las secciones de carácter histórico y literario, esto es, la introducción y el comentario.
       Las fechas vitales de Filócoro pueden situarse entre el 336-332 y el 267. Cubre, por tanto, un periodo verdaderamente convulso de la historia de Atenas: desde la batalla de Queronea hasta la Guerra Cremonídea. La sociedad ateniense pasó durante aquellos años por conflictos armados externos e internos, cambios de régimen, giros en las alianzas y crisis diversas. En general, estos episodios vinieron acompañados por condenas a muerte, exilios y sufrimientos de la población. Cuál fue la posición de Filócoro ante las vicisitudes que vivió su patria no lo sabemos, al igual que no sabemos tantas otras cosas sobre este agitado periodo de historia ateniense. La única información directa sobre sus opiniones políticas la proporciona la noticia de Suda (= T 1), según la cual habría muerto a consecuencia de una asechanza de Antígono motivada por las acusaciones de haber simpatizado con la causa de Tolomeo (ἐτελεύτησε δὲ ἐνεδρευθεὶς ὑπὸ ᾽Αντιγόνου, ὅτι διεβλήθη προσκεκλικέναι τῆι Πτολεμαίου βασιλείαι). Dado que las fuentes hablan de una recuperación de las libertades suprimidas en Atenas al finalizar la Guerra Cremonídea; dado que el vencedor de dicha guerra fue el monarca macedonio Antígono II (Gónatas); dada la valoración de las tradiciones atenienses ­—también las referidas a la libertad— perceptible en la obra de Filócoro; dado todo ello, Jacoby concluyó que Filócoro se alinea­ría intelectualmente dentro de un movimiento conservador en lo cultural y lo religioso, y por tanto antimacedonio. Dicha pertenencia cuadraría con las afirmaciones de los testimonios 1 y 2, que describen a Filócoro como adivino (μάντις καὶ ἱεροσκόπος) e intérprete de los usos patrios (ἐξηγητὴς τῶν πατρίων) . Y cuadraría asimismo con la idea que nos podemos hacer, a partir también de los testimonios y fragmentos, sobre las inquietudes e intereses intelectuales del gran atidógrafo. Ninguna noticia, por otra parte, habla de que Filócoro desempeñase cargo o ejerciese actividad política alguna. Cabe suponer, a partir de tales premisas, que el conservadurismo de Filócoro, o el del grupo del que el historiador pudo ser portavoz, se limitaría al dominio de lo cultural y religioso, operando respecto al mundo de la política, un consciente distanciamiento de las querellas y luchas del momento. Sobre esta base Jacoby traza un retrato que se desenvuelve en los siguientes términos: en la figura de Filócoro las cualidades propias del sacerdote, del poeta y del erudito se combinarían armoniosamente, siendo la erudición el rasgo dominante. Versado en la historia y la religión de su ciudad natal, acomete su obra cumbre, la Átide, con una mentalidad abierta y al mismo tiempo serena. Gracias a ello, gracias también a sus profundos conocimientos, es capaz de superar los límites de la crónica local y gestar una composición de entidad suficiente para medirse con la gran historia. Respecto a sus tendencias políticas, el material que suministran testimonios y fragmentos no permite formular de manera precisa cuáles eran sus opciones concretas. De los datos a nuestra disposición se deduce tan sólo la ausencia de mentalidad partidista, la tendencia al conser­vadurismo y un perfil personal de estudioso escasamente inclinado a participar directa­mente en la vida pública.
       Tal retrato, no falto de trazos y actitudes en los que Jacoby podría reconocerse a sí mismo, es aceptado por C, quien en su presentación (pp. 9-10) subraya la imagen de Filócoro como erudito diligente, imparcial y propenso a situarse por encima de las convulsiones políticas contemporáneas. Ciertamente, fragmentos y testimonios transmiten la imagen de un hombre entregado a las letras y al estudio, mientras que no hablan —o lo hacen sólo escasamente — de actividades políticas. Filócoro fue, por otra parte, un autor cuya cita era fuente de prestigio, como indica la presteza con que los transmisores facilitan su nombre. La misma noticia de Suda delata, en su prolijidad, esta buena fortuna que acompañó al atidógrafo hasta la época bizantina. Se explica así que, por el número de fragmentos (226 más otros 4 dudosos o falsos), Filócoro sea uno de los historiadores mejor representados en la edición de Jacoby. El número, sin embargo, puede inducir a conclusiones poco fiables.
       Entre las muchas obras de Filócoro la más difundida era la Átide, cuyos 17 libros abarcaban la historia del Ática desde los orígenes míticos hasta la Guerra Cremonídea. Siendo una crónica local, la Átide se distinguía por su distribución del material. El procedimiento usual en las crónicas locales consistía en favorecer, concediendo un tratamiento comparativamente extenso, la historia más antigua. La Átide de Filócoro, sin embargo, privilegiaba los tiempos recientes; su sexto libro alcanzaba hasta los tiempos de Demetrio de Falero, por lo que los 11 restantes trataban los años que transcurren entre el final del régimen de Demetrio (307) y la Guerra Cremonídea (267). Pues bien, de la obra poseemos 71 fragmentos con indicación expresa del libro de procedencia; 61 proceden de los libros 1-6. Análoga proporción guardan los fragmentos atribuibles, 76 según el cálculo de C, de los cuales 72 deben asignarse a los seis primeros libros. La causa de esta desproporción la explica C en unas sustanciosas páginas consagradas a la fortuna de Filócoro: desde una fecha temprana los transmisores se interesan ante todo por la historia de la Atenas arcaica y clásica, de suerte que los primeros libros son los que atraen su atención y los que brindan el material a los distintos epítomes a través de los cuales se tenía acceso a los contenidos de la Átide. Los gustos literarios y las opciones estéticas o ideológicas de nuestras fuentes fueron, con toda probabilidad, los causantes de una transmisión tan desequilibrada. El resultado, en todo caso, es que apenas tenemos información sobre la parte de la obra más detallada y a la que Filócoro otorgó un trato aventajado, y que, por contra, nuestras noticias se centran en los libros donde la exposición era más sucinta. El conocimiento que tenemos de la Átide no sólo es fragmentario, sino además sumamente sesgado y, probablemente, poco representativo. Reconstruir las posiciones ideológicas de su autor constituye, en tales condiciones, un empeño sumamente dudoso.
       La escasez de material justifica el planteamiento adoptado por Jacoby y C en la medida en que de dicho planteamiento deriva un rechazo a interpretar la trama ideológica y política subyacente a los contenidos que ofrecen los fragmentos. Ahora bien, una cosa es asumir esa actitud de escepticismo y otra suponer que los afanes políticos estaban ausentes de la obra de Filócoro y que éste se situaba, como historiador y erudito, por encima de las opciones y directrices que conformaban el convulso panorama de la vida pública contem­poránea. Ciertamente ninguna noticia explicita que Filócoro ejerciese actividad política alguna. Pero la ausencia de evidencia no equivale a evidencia en sentido contrario. Y algunos indicios invitan a suponer que o bien el mismo Filócoro asumió un compromiso o bien determinantes agentes vieron en él un rival o un oponente. El más claro viene dado por la afirmación del léxico Suda (T 1) acerca de su muerte a manos de Antígono. El testimonio 3 (= D. H. Din. 3), que habla sobre la vuelta de los exiliados, constituye una segunda insinuación, aunque de carácter indirecto, en el mismo sentido . La anómala economía de la Átide, su distribución del material que favorece la historia contemporánea, sugiere también una voluntad de alzar la voz para atender a las solicitudes del presente. Debe decirse, por último, que en los tiempos de Filócoro era difícil escribir una historia de Atenas sin asumir una posición política. La ciudad es a finales del IV y principios del III centro de un vivo debate propagandístico . Muchos episodios de su pasado proporcionaban material para unas controversias cuyos nudos argumentales aparecen ya en la publicística ateniense del IV. Así ocurre, por ejemplo, con el Areópago, tema de los frag­mentos 3, 4 y 20 de Filócoro , o con las figuras de Teseo (fragmentos 17, 19, 20) o Solón (fragmento 114) . En otros casos sucede que temas aparentemente inocuos se vieron contaminados por los acontecimientos y las querellas contemporáneas. Las Panateneas, sobre cuya constitución versan los fragmentos 8 y 9, habían sido objeto de una cuestio­nada manipulación con motivo de la estancia en Atenas de Demetrio Poliorcetes en el 307 ; cualquier mención a dichas fiestas podía situarse en el seno de las querellas políticas del momento. Algo similar ocurre con la figura de Dioniso (fragmentos 5-7), pues el dionisismo real Lágida, tema predilecto de la propaganda enarbolada por la casa de los Tolo­meos, teñía de connotaciones políticas las alusiones al dios; fragmentos como 5b (= Ateneo 2.38c-d), que atribuye a Dioniso un epíteto tan prominente en la titulatura real helenística como el de Σωτήρ, o el 6 (= Harpocración s.v. κοβαλεία), que defiende la seriedad del dios, difícilmente se situarían por encima de la pugna política en una Atenas dividida entre las pretensiones de Lágidas y Antigónidas.
       Quizás C, al no señalar la vertiente política que cabe atribuir a determinados fragmen­tos de Filócoro, incurre en un error. Sin embargo esta actitud negativa conlleva importantes virtudes desde el punto de vista metodológico. En los estudios de historiografía fragmentaria la imaginación tiende a desbocarse y la emisión de hipótesis gratuitas suele ser moneda de cambio. Al asumir de entrada una postura de asepsia y escepticismo C adopta la táctica más adecuada para enfrentarse al comentario de los fragmentos. Es ésta una tarea que requiere distintas capacidades, en primer lugar las de índole metodológica. El ostracismo (el fragmento 30 de Filócoro [= Lexicon rhetoricum Cantabrigiense] proporciona información esencial sobre el tema: véase la relación de fuentes que ofrece C, ad loc.), los orígenes del θεωρικόν (F 33 [= Harpocración, s .v. θεωρικά]), la fecha de introducción de las συμμορίαι (el F 41 [= Harpocración, s. v. συμμορία] brinda una información sin paralelos), las fuentes de la Vida de Teseo de Plutarco (F 17a [= Plu., Thes. 15.2-16.1; 19.1-7]), la construcción de los Propileos y del Liceo (FF 36 y 37 [= Harpocración, s. v. προπύλαια  ταῦτα  y Λύκειον]), la historia de la Península Calcídica (FF 49-51 [= Dionisio de Halicarnaso, Amm. 9]), cuestiones relacionadas con distintos festivales atenienses, con la etimología de los nombres de varios demos de Atenas o con la terminología e historia musical griegas: todo esto y mucho más entra en el material comentado por C, un material que justifica la afirmación de Jacoby sobre la importancia de los restos de la atidografía. Ceñirse a los preceptos de la nesciendi ars et scientia y, consecuentemente, renunciar al sondeo de posiciones ideológicas probables pero imposibles de demostrar parece, ante tal variedad temática, la estrategia más inteligente.
       En la “Premessa” (p. VII) C justifica su propio comentario frente al de Jacoby hablando de una actitud más cauta y un estilo expositivo menos críptico. Efectivamente, la vehemencia —rayana frecuentemente con el dogmatismo— en la defensa de los puntos de vista propios y una densidad difícil de penetrar hacen que la consulta de la edición de Jacoby resulte a veces problemática. Al allanar tales obstáculos C realiza una contribución calificable al menos de valiosa. Tomar como punto de partida el texto de Jacoby introduce, por otra parte, un nuevo valor. Frente al proceder usual en tantas publicaciones actuales, C no busca la originalidad ni omite las aportaciones previas. Por el contrario, construye sobre los resultados que ya alcanzaron las publicaciones anteriores, y ello enriquece sus propias observaciones. La utilización de la rica bibliografía actual, esto es, la puesta al día bibliográfica del comentario a Filócoro, constituye otro de los objetivos especificados en la “Premessa”. El inmenso crecimiento de las publicaciones coloca a un nivel muy alto las dificultades implícitas en esta tarea. Dada además la variedad temática de los fragmentos de Filócoro, no requeriría demasiado esfuerzo señalar las omisiones bibliográficas de C en algunos de los puntos tratados. En términos generales, sin embargo, C realiza una puesta al día meritoria e inteligente. Discurrir por los múltiples ámbitos históricos y filológicos que abren los fragmentos de Filócoro y hacerlo además con solvencia y agudeza crítica, es una tarea que requiere distintas habilidades. También en este empeño sale C airoso. Su comentario ofrece, con frecuencia, una actualización que desarrolla y explica el comentario de Jacoby. Pero tampoco faltan las ocasiones (véanse, por ejemplo, los fragmentos 42 ó 58) en que la aducción de nuevos datos despliega campos y aporta perspectivas que Jacoby no pudo o supo prever.

       El Filocoro di Atene de C es, en definitiva, una obra que cuando no sustituye la edición de Jacoby la completa y desarrolla.  Representa por ello una referencia imprescindible en los estudios no sólo de Filócoro, sino también de las numerosas cuestiones tratadas en los fragmentos de dicho historiador. Demuestra, una vez más, los cuantiosos servicios que proporcionan las ediciones actualizadas y solventes de los historiadores fragmentarios griegos. Y confirma la buena marcha de la “Collana” I Frammenti degli Storici Greci que dirige E. Lanzillotta.

Para la biografía de Jacoby durante los años que precedieron al exilio en Oxford véase E. Mensching, “Felix Jacoby (1877-1959) und Berliner Institutionen 1934-1939”, Texte zur Berliner Philologie-Geschichte. VI, 32 (1988), 147-189 (= Nugae zur Philologie-Geschichte II, Berlin 1989, 17-59). Volver al texto

FGrHist. Dritter teil, b (Supplement). Volume I. Text, página inicial sin numeración (“If there is an excuse for the bulk of this book it lies in its history. The importance of the writers on the History of Athens is such that they seem to ask for a very full treatment of the many problems raised by the single and often rather badly preserved remains of their great works”). Volver al texto

El mismo texto constituye también el fragmento 52 de Filócoro. Volver al texto

G. Schepens, “Jacoby's FGrHist: Problems, Methods, Prospects”, in G. W. Most (ed.), Collecting Fragments - Fragmente sammeln, Göttingen 1990, 144-172; nota 66, pp, 166-167. Volver al texto

Suda, s.v. Φιλόχορος (Φ 441). Volver al texto

Sobre el sentido de ambas afirmaciones véase Jacoby, comentario a T 2. Volver al texto

La excepciones son la noticia sobre su muerte por manifestaciones en contra de Antígono (T 1) y el fragmento 67 (= T 3), que, al anunciar el retorno de los exiliados, es susceptible de interpretación política. Volver al texto

Sobre la verosimilitud de dar una interpretación política a  la noticia de Dionisio véase A. Mastrocinque, “Demetrios tragodoumenos (Propaganda e letteratura al tempo di Demetrio Poliorcete)”, Athenaeum, 57 (1979) 262-263; C, p. 9. Volver al texto

Mastrocinque, o. c. (n. 7). Volver al texto

Sobre el tratamiento del Areópago en la publicística del siglo IV véase J. Witte, Demosthenes und die Patrios Politeia. Von der imaginären Verfassung zur politischen Idee, Bonn, 1995, 138-150. Volver al texto

Para el debate ideológico sobre Teseo, Solón y otros personajes tenidos por fundadores de la constitución ateniense véase E. Ruschenbusch, “Πάτριος Πολιτεία”, Historia 7 (1958), 398-424. El tema ha sido tratado posteriormente por Witte, Demosthenes... (n. 9). Volver al texto

D. S. 20.46.2; Plu., Demetr. 10.4. Cf. Mastrocinque (n. 7), 261-263. Volver al texto